SIMON I. PATIÑO


1. FISONOMÍA:
Roberto Querejazu Calvo, en su libro: LLALLAGUA (Historia de una montaña), describe a Simón I. Patiño con las siguientes palabras: de estatura mediana, cuerpo erguido y robusto, dando la impresión de estar firmemente asentado en el suelo. Espaldas anchas y cargadas. Rostro cuadrangular, con frente amplia, ojos pequeños de mirar inquisitivo y desafiante, nariz recta, bigote grueso, boca regular, mentón redondeado pero sólido, cabello corto. Carácter ambicioso, ejecutivo y tenaz. Inteligencia natural e intuitiva. Actitud mental y física en permanente apresto, como de luchador. Temperamento vivaz y burlón del cual emergen, con igual facilidad, manifestaciones de impaciencia y cólera o una sonora carcajada.
2. SU VIDA EN RETROSPECTIVA:
Nació en Santiváñez – Cochabamba (Bolivia) en 1860. Su padre, Eugenio, fue de origen vasco español y su madre, María, una de los siete hijos de una conocida familia de Cochabamba. Recibió el nombre de Simón, por haber nacido el primero de junio, día de San Simón.
Los primeros años de Simón I. Patiño deben de haber sido tan monótonos como los de todos los miembros de otras familias trabajadoras en los aislados pueblecitos de esa vasta región.
Cuando Patiño tenía ocho años de edad su madre se trasladó a Cochabamba y él ingresó al primer año del seminario, escuela religiosa. Los años iníciales de colegio, durante la adolescencia de Patiño, transcurrieron en una inquietante atmósfera de incertidumbre, ansiedad y casi anarquía. Completó su educación secundaria en el seminario de Cochabamba, donde, además de cumplir el programa oficial, se hacía hincapié en la formación del carácter y el amor a la patria.
Los habitantes de Cochabamba han tenido siempre más fama de andariegos que de gente práctica. Fue, por lo tanto, natural que Patiño, pletórico del vigor y las esperanzas de la juventud, partiera de su tierra natal, rumbo a Oruro, en busca de su destino o tal vez, simplemente, para indagar lo que había al otro lado de las montañas.
Su primer empleo conocido, de 1882 a 1884, fue de vendedor en un pequeño negocio de importaciones que el comerciante cochabambino Cincinato Virreira había establecido en Oruro. Para Patiño, esos fueron años de observación y desarrollo. Allí percibió por primera vez los olores de los minerales: olores agrios y penetrantes que provenían de las cercanas minas del Pie de Gallo, Itos y San José. Oruro era por entonces una pequeña ciudad.
El joven Patiño se trasladara de Oruro a Huanchaca, centro minero de Pulacayo, donde obtuvo un modesto puesto en la sección administrativa. Ese resultó ser uno de los pasos más importantes de su vida. De Huanchaca, regresó a Cochabamba por un corto tiempo. A su regreso a Oruro consiguió empleo en la próspera firma comercial de Hermann Fricke y Compañía. Patiño aprendió mucho acerca del complicado mecanismo de compra, manipulado, venta y exportación de minerales.
Se casó el 1° de mayo de 1889 con Albina, hija de Tomás Rodríguez y Epifanía Ocampo. Patiño tenía 29 años y su novia 16. Pocos años después de la boda, Patiño regresó al departamento donde había nacido y pasó varios meses descansando en la idílica región de Vinto, cerca de la ciudad de Cochabamba.
Nuevamente en Oruro, Patiño volvió a su antiguo empleo en la Compañía Fricke, donde en el curso del trabajo conoció a Sergio Oporto, minero de origen potosino. Oporto vendía sus minerales a Hermann Fricke y recibía adelantos de la firma contra futuras entregas de estaño.
Oporto resultó dueño de la concesión, “la Salvadora” en la montaña de Juan del Valle:
3. HISTORIA DE LA SALVADORA:
Juan del Valle (1564), uno de los conquistadores españoles fue el primero que llegó a la montaña de Llallagua y presintió que sus colocaciones exteriores eran señal de que estaba grávida de metal. Con unos pocos soldados y algunos indios conocedores de la región, comenzó a excavar cerca de la cima buscando la plata que daba fortuna a otros de sus compatriotas en otras regiones de los Andes. Quiso atraer la ayuda divina cambiando el nombre indígena Intijaljata de la cumbre más alta por el muy cristiano de Espíritu Santo. No tuvo suerte ni con el truco del bautizo. Abandonó el lugar desilusionado y se perdió para siempre en la oscuridad del tiempo y la distancia. Nadie habría sabido de su existencia y de su paso por Llallagua si los habitantes de la región, en sus sucesivas generaciones, no hubiesen mantenido el nombre de Juan del Valle para la segunda cumbre, aledaña a la Espíritu Santo, en la que estaba la mina abandonada.
Pero la veta descubierta por el español fue la misma que Honorato Blacutt redescubrió en la década de 1870. En 1872 pidió cuatro hectáreas alrededor del agujero empezado por el conquistador ibero tres siglos antes. Puso el nombre de "La Salvadora" a su pequeña concesión y a cuyo trabajo se dedicó incansablemente durante 20 años. No encontró la plata que buscaba; en cambio, había descubierto nuevamente, después de trescientos años, una semilegendaria veta. Pero se trataba de un complejo de baja ley de mineral de estaño, con muy poco valor, para el que no existían compradores en esa región, además de que los fletes de transporte eran altos. El resultado fue que agotado su magro capital, Blacutt, envejecido por sus preocupaciones y fracasos, vendió la mina a David Olivares. Este la hizo trabajar con el empírico Sergio Oporto, pero sus recursos se le agotaron en pocos meses. Oporto, que vio algunos indicios halagüeños, compró la mina a su empleador por 80 bolivianos (más o menos 30 dólares) en forma legalmente reconocida.
Oporto, corto de fondos necesitaba nuevo capital o crédito para continuar, Necesitaba víveres, dinamita y algún dinero para pagar los salarios que adeudaba a sus cinco peones. Es así que se dirige a Oruro, la firma "Germán Fricke y Compañía", donde trabajaba Patiño, le negó a Oporto más préstamos.
Patiño hizo una proposición formal a Oporto: "Desde que dejé el colegio para trabajar y siempre que he podido he ahorrado algo, aunque sea unos centavos, con la esperanza de reunir un capital que me permitiese tener un negocio propio, de preferencia minero. A costa de muchos sacrificios he reunido hasta unos 5.000 bolivianos. Estoy dispuesto a arriesgarlos en su mina.
Hagamos una sociedad con el nombre de "Patiño - Oporto". Yo daré el dinero que vayamos precisando para jornales, víveres y materiales. Usted dirigirá los trabajos personalmente. Tendría la obligación de mandarme un mínimo de 40 quintales mensuales de barrilla de estaño. La ley del mineral no tendría que bajar de 65 por ciento. Yo los vendería a los señores Fricke. Seguiría trabajando como empleado de ellos para no perder mi sueldo y para mantener el contacto. Del producto de las ventas descontaríamos los gastos, separaríamos algo para reinversión y ampliación y de la utilidad que quede nos dividiríamos por mitad. Desde la primera vez que he ido por allá la montaña de Llallagua me ha dicho algo. Tengo fe en ella. Todo depende de que trabajemos con entusiasmo y seriedad. Estoy seguro que alguna de las vetas que el señor Sainz y el ingeniero Minchin han encontrado en los costados debe llegar hasta la cumbre Juan del Valle. Yo me encargaría de hacer la escritura de la sociedad ante un Notario. Usted tendría que volver a la mina de inmediato".
Oporto aceptó y ambos formaron una sociedad legal para explotar “la Salvadora”. Patiño había adelantado previamente algún dinero. Oporto continuó como administrador de la mina, produciendo pequeñas cantidades de concentrados de estaño. Patiño, por su parte, permaneció en Oruro vendiendo los minerales y enviando, en cambio, dinero, alimentos y abastecimientos. Mientras conservaba todavía su puesto en la compañía Fricke, sembraba en la mina el escaso dinero que podía ahorrar de su sueldo.
Después de tres años de trabajo infructuoso, Oporto llegó al convencimiento de que ya no podía resistir la situación por más tiempo, por lo que propuso a Patiño que vendieran la concesión.
¿Vender la mina? Ud. venda su parte si lo desea, pero yo no venderé la mía", fue la respuesta de Patiño, quien gozaba repitiendo estas palabras ante sus amigos, al recordar la historia unos años más tarde. Fue así que Patiño compro la parte de Oporto y asumió las deudas de la sociedad, liberando a Oporto de toda responsabilidad por sus obligaciones. El documento público por el cual Patiño compró a Oporto su media parte en la mina La Salvadora fue firmado el 16 de agosto de 1897.
Patiño renunció a su puesto en la compañía Fricke. Había dicho tiempo atrás a su socio: "La vista del amo engorda al caballo". Le tocaba ahora a él poner en práctica tal consejo. Cargado de deudas, pero propietario de la mina “La Salvadora”, se preparó a cambiar las relativas comodidades que le ofrecía Oruro por la inhóspita cumbre del cerro Espíritu Santo. El campamento estaba a unos 4.400 metros sobre el nivel del mar.
Convenció a Arturo Fricke que la única manera de cobrar lo que le adeudaba "La Salvadora" era darle nuevos medios para seguir trabajando la mina. Necesitaba más avios y dinero. La firma conocía su seriedad y honradez, y con su entusiasmo y convicción acabaron por ganar el apoyo de Fricke.
Poco después llegó el capataz Menéndez, contratado por Patiño, a quien esperaba encontrar aguardándolo en la mina; vino con un sirviente y con una escuálida mula cargada de provisiones.
Ahí estaba Patiño, viviendo penosamente en una diminuta cabaña toscamente construida. El futuro se vislumbraba incierto, pero el hombre era empecinado, y después de pocas horas de indecisión se puso a trabajar tan arduamente que no le quedó tiempo para pensar en el futuro. Patiño descubrió en muy poco tiempo que su sangre estaba infectada por el virus de una incurable enfermedad: la minería.
Patiño era el pobretón entre sus vecinos poderosos, como Pastor Sáinz, el ingeniero británico john B. Minchin, y la firma francesa, Bebin Hermanos, con sólo cuatro hectáreas, explotaba sin maquinaria a motor, sin otras herramientas que taladros manuales, martillos, picos y una chancadora a mano para moler el mineral. Después de esta operación, los trozos de mineral, separados también a mano, se cargaban en llamas que necesitaban tres o cuatro días para llegar hasta Challapata, la más cercana estación ferroviaria.
Los gastos continuaban ascendiendo y las perspectivas eran ya muy precarias cuando se produjo una tragedia de vastos alcances. Estalló la guerra civil en toda la extensión del Altiplano así como en algunos de los valles centrales. Los últimos días de 1898 no auguraban un feliz año nuevo para Bolivia.
Durante los desórdenes causados por la revolución, Los propietarios y administradores de minas y casas comerciales buscaron asilo en Oruro. Simón I. Patiño se mantuvo impertérrito en la cumbre de Llallagua. Tenía el presentimiento de que la montaña estaba a punto de hacerle una gran revelación. Uno de los caciques, que trabajaba con él como arriero, le aconsejó que abandonara “La Salvadora” y se fuera a la ciudad y le ofreció cuidar la mina durante su ausencia. Al encontrarse sin trabajadores ni abastecimientos, Patiño no tuvo otro remedio que acceder.
El descanso forzado había proporcionado renovada confianza al minero de “La Salvadora”. Sus trabajadores retornaron y poco después todo se hallaba marchando al vigoroso ritmo de antaño.
Un día el arriero que llevó los sacos de barrilla a Oruro volvió trayendo en sus mulas a una joven y sus tiernos hijos. Era Albina Rodríguez Ocampo, la muchacha que Patiño eligió como esposa y con quien se casó en 1889, cuando ella tenía 16 años y él 29. La joven había comprendido cuán dura era la tarea y la soledad de su marido en la montaña y venía a ayudarle y acompañarle. Aún más, habla vendido las pocas joyas que poseía y traía consigo unos miles de bolivianos para que se pagasen los jornales atrasados y se emprendiesen nuevos trabajos.
Patiño se conmovió hasta las lágrimas con el heroico gesto de su esposa.
-“No debías haber venido” -le dijo sollozante-. “Yo me habría bastado solo... ¡Y tus joyas...! Has hecho como la reina de España. ¡Algún día te construiré un palacio!”. De allí en adelante tendrían que hundirse o salir a flote juntos, lo cual no representaba ningún problema: Patiño no era de los que se hunden.
Pasaron días y semanas sin que nada denotara la existencia del filón tan ferviente e impacientemente buscado. Tal vez Patiño había presentido esa veta o puede ser que sólo hubiera tenido una corazonada, pero el caso es que aumentó el número de sus trabajadores y pasaba la mayor parte de su tiempo dentro de la mina.
Cierto día en que los esposos Patiño estaban ocupados en su merienda oyeron que el capataz Menéndez venía corriendo hacia ellos dando grandes voces.
"Don Simón venga a ver lo que hemos encontrado... Debe ser plata pura. ¡Es una veta ancha!".
Al escuchar la palabra plata el corazón de Patiño se estrujó de angustia. ¡Quién sabe si era la veta que Juan del Valle buscó tres siglos antes! Un hallazgo así habría sido providencial en la era de la plata, pero no en 1900. Hasta 20 años atrás habría sido una herejía para un minero boliviano maldecir la aparición de plata. El la maldecía si estaba metida en su "Salvadora". La montaña de Llallagua no podía burlarse de quien la trabajaba con tanta dedicación. ¿Por qué iba a dar estaño a Sainz, Minchin, los Bebin y otros y no a él? ¡La Pachamama no podía ser tan cruel!
Patiño ingresó al socavón, seguido de Menéndez, llevando con mano temblorosa la pequeña lámpara que alumbraba su camino. Le parecía que los latidos de su corazón retumbaban en la montaña. Llegó exhausto de emoción al paraje donde sus peones Mariano Muruchi, Daniel González, Ceciliano Miranda y Julián Frías estaban sentados de cuclillas, masticando coca, al lado de los pedazos de roca desprendidos con los disparos de dinamita.
"Hijos -les dijo, recogiendo unos trozos- si esto es estaño tendrán una prima y haremos una challa a mi vuelta. Ahora iré a Huanuni para hacer examinar qué clase de metal hemos encontrado".
Tatay -exclamó uno de los barreteros- vamos a encender unas velas al Ckollo Auqui para que todo resulte bien".
Patiño dijo a sus trabajadores que se fueran a descansar y se quedó solo con Menéndez. "Cubramos la veta" dijo después de una pausa. "Yo iré a Huanuni al amanecer para que analicen las muestras; hasta que regrese, nadie debe entrar aquí, ¡Nadie!" Por lo tanto, cubrieron la veta con la oscura y plomiza arcilla que había sido extraída de las paredes a golpes de picota de los trabajadores.
Al amanecer emprendió camino a Huanuni, al caer la noche se dirigió inmediatamente a las oficinas de una firma británica, Penny & Duncan, y exhibió las muestras. El ensayista le había ofrecido tener los análisis al día siguiente, en cuanto le fuese posible. A eso del medio día el químico entregó a Patiño algunos papeles y lo felicitó efusivamente. Los resultados del ensaye indicaban que una de las muestras contenía 58 por ciento de estaño, otra 56 por ciento y una tercera 47 por ciento. Era la veta de estaño más rica de la región y tal vez la más rica del mundo.
Patiño partió de inmediato con dirección a Uncía y pasada la medianoche llegó totalmente fatigado a su adusta pero adorada mina La Salvadora. Un tumulto de ideas y de planes se agolpaban en su cerebro. El dueño de "La Salvadora" enfrentó la situación con filosófica serenidad. Su cambio de suerte no era el fruto de la casualidad, sino el resultado de seis años de trabajo y sacrificios, de su fe y tenacidad, de la concentración de sus esfuerzos, de meter en la mina todo lo que tenía, de la ayuda de su esposa. La montaña les habla quitado todo lo que poseían y ahora se los devolvía.
La explotación de la mina comenzó en gran escala con un aumento en el número de trabajadores, que a golpes de martillo y picota extrajeron el expuesto mineral para triturarlo en el primitivo ingenio.
4. SU VIDA DESPUÉS DE LA SALVADORA:
En 1903, Patiño se había instalado en Oruro con el propósito de ocuparse de los negocios de la empresa y de los enredos judiciales, uno solo de los que habría significado un trabajo a tiempo completo para un hombre corriente. En consecuencia, tuvo que contratar un gerente para la mina y escogió a Alberto Nanetti como administrador de "La Salvadora" y encomendó a su hermano Ernesto G. Quiroga, a quien lo unía un entrañable afecto, que sirviese de enlace entre la mina y la ciudad, encargándose, al mismo tiempo, de atender asuntos en Llallagua, Uncía y otros puntos donde se requería una persona de su más absoluta confianza.
Patiño obtuvo nuevas concesiones de terrenos adyacentes a la “Salvadora”. Con los beneficios generados compró otras minas de estaño. En 1910 adquirió Uncía Mining Company que estaba en manos británicas y en 1924 compró la compañía Chilena de Llallagua, dueña de los centros mineros de Uncía y Llallagua, y luego Huanuni, Japo y Kami. Los precios de los minerales en Europa lo llevaron a convertirse en millonario a nivel internacional. Logró también el dominio de los refinadores europeos y acabó teniendo el control de la mayor fundidora de estaño boliviano en el mundo, la Willams Harvey & Co. Con un capital de quince millones de bolivianos estableció el Banco Mercantil de Bolivia.
Catavi y Llallagua, y especialmente Huanuni, son monumentos al genio y la inagotable energía del señor Patiño.
Con todo, Patiño era un hombre muy rico; no se debe olvidar que el grueso de la riqueza de Patiño fue amasado entre 1903 y 1929, proveniente tanto de sus minas en Bolivia como de sus afortunadas empresas en el extranjero.
5. SU MUERTE:
Ya viviendo en el extranjero, A LOS OCHENTA Y CUATRO AÑOS, buena edad para un guerrero que jamás eludió el combate, Patiño añoraba más que nunca volver al jardín edénico de su amado valle de Cochabamba, pero sus médicos no se lo permitían, insistiendo en que de ninguna manera podría vivir a 2.500 metros de altura sobre el nivel del mar.
Fue a mediados de abril de 1947 cuando el personaje sintió que perdía las fuerzas y que su corazón se debilitaba. A menudo silencioso, sentado en un sillón en la suite del hotel Plaza, la turbulenta serie de episodios que había sido su vida desfilaba ante sus ojos.....
Y, a los ochenta y seis años de edad, le llegó la muerte mientras dormía en las primeras horas del 20 de abril de 1947, sin ningún sufrimiento. Su más preciado anhelo, de ver su amada patria de nuevo, ya no lo alcanzó.
La esposa, las dos hijas, el hijo Antenor y dos de los nietos llevaron los restos por ferrocarril a Bolivia. El gobierno decretó duelo nacional. A continuación se hizo el entierro en Pairumani, con concurrencia de una multitud. Se pronunciaron muchos discursos. La prensa de Bolivia, la Argentina, Chile y los Estados Unidos dieron la noticia bajo un título similar: “Ha muerto el Rey del Estaño”.
Patiño había regresado, por fin, a la tierra que amaba. Allí se reunió con él, años más tarde, su esposa que murió el 27 de marzo de 1953. Uno de los dos grandes deseos de la vida de ambos -ser enterrados juntos en Pairumani- se había cumplido.
6. EPÍLOGO:
Simón L Patino está ubicándose en la historia de Bolivia con caracteres de leyenda. Existe ya la leyenda negra de sus detractores y la leyenda dorada de sus admiradores. Aquellos, como el partido político "Movimiento Nacionalista Revolucionario", lo han acusado de haber succionado una gran riqueza boliviana para disfrutarla con su familia en el exterior. Estos, como el ingeniero norteamericano De Witt Deringer, lo han considerado un personaje genial del calibre de Carnegie, Ford y Rockefeller. La historia tiene el deber de buscar su verdadera dimensión.
Por otra parte su nombre se ha perpetuado en varias obras públicas como el Puerto Patiño; el hipódromo Simón I. Patiño, en Cochabamba; la avenida Simón I. Patiño entre Quillacollo y Vinto; la plaza Simón I. Patiño en Cochabamba y, a pesar de la nacionalización de las minas, el teatro Patiño y el Socavón Patiño en Catavi-Llallagua. El nombre de su esposa está perpetuado en el Hospital de Niños Albina R. de Patiño de Cochabamba. Algunos de estos recuerdos podrán desaparecer en el transcurso del tiempo pero la Fundación Simón I. Patiño perdurará.
7. FUENTES:
Sitios web:
http://es.wikipedia.org/wiki/Sim%C3%B3n_Iturri_Pati%C3%B1o
http://espanol.geocities.com/mi_llallagua/patino.htm
http://www.fundacionpatino.org/simon.htm


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